Soledad
Todos se rieron cuando el gordo pecoso apartó una mano y con la otra le puso la cara perdida de cieno maloliente. La habían vuelto a engañar. En esta ocasión con la excusa de que le iban a enseñar un gorrión que se había caído del tejado del patio del colegio.
Soledad encajó la nueva burla y apenas se inmutó, hacía mucho tiempo que ya no esperaba nada de nadie. Con sus diez años, apenas recién cumplidos, su vida se había desangrado en manos de los servicios sociales. No tenía familia. Su carácter tímido y su pavor a los ruidos y a las voces la habían llevado a una situación donde cada día superarlo le representaba un autentico viacrucis.
Le pusieron de nombre Soledad en el centro de acogida debido a la situación de desamparo en la que se encontraba. Sobrevivió durante el embarazo a la muerte de su madre de nacionalidad rumana, inmigrante ilegal, sin papeles ni identidad.
Con su padre en la cárcel estaba sola. No había nadie que pudiera hacerse cargo de ella. Sus histéricos y continuos llantos unidos a su delicado estado de salud propiciaron un rechazo generalizado entre las cuidadoras del orfanato que, a modo de venganza, le gritaban y la asustaban a sabiendas de cómo ésto le afectaba. Ante la reacción de pánico que le provocaban se divertían y se reían de ella.
Soledad, a primera vista, denotaba una sensación de fragilidad absoluta, tanto por su cuerpo escuálido y huesudo como por sus ojos grandes y sin brillo. De ceño fruncido y boca apretada, siempre alerta y siempre a la defensiva.
En el colegio tenía toda clase de motes, para los otros niños era “la muda” “la subnormal”, “la llorona” “la cagona”. El día a día para ella no era más que una sucesión de vejaciones insultos y escarnios.
Por la noche, en la cama se tapaba la cabeza con la almohada. Cogida entre sus brazos por detrás de la cabeza se la pegaba a las orejas con todas sus fuerzas para no ver ni oír nada. Solo la oscuridad, el silencio y la paz la reconfortaban. Aburrida se encogía. Apretaba las rodillas contra su pecho y se hacía pequeñita. Se imaginaba mil aventuras, mil hazañas y mil formas de salir victoriosa y admirada. Siempre protegiendo al débil y siempre anhelando ser abrazada con ternura.
Luego, como casi siempre, después del primer duermevela se iba cayendo en el pozo lentamente. Empezaba la sinrazón. El nerviosismo se apoderaba de ella. La ansiedad que la perforaba desde fuera se le introducía dentro del alma. La respiración agitada los movimientos espasmódicos y apenas un segundo después las voces. Esas horribles voces que la enloquecían, que retumbaban y que le daban la sensación de estar dentro de un pozo hueco. Luego vértigo, dolor, sentir que algo la golpeaba, llantos, súplicas, desazón, asfixia, pena, silencio.
Su carácter hermético y huidizo unido a su historial de noches en vela hizo muy difícil entregarla en adopción. El tiempo pasaba y se hacía mayor. Apenas recién cumplidos los catorce la familia que la pretendía le preparó una fiesta con tarta y con dedicatoria…
25/11/2017
Soledad estaba contenta, nunca antes habían tenido detalles con ella. Nunca antes dos personas pusieron tanto tesón y tanto empeño en hacerla feliz. Estaba contenta y tranquila, hacía seis meses que empezó el proceso de adopción y estaba tan ilusionada que apenas tenía pesadillas aunque aún no había llegado a sonreír sus ojos lograron acumular un atisbo de brillo.
Desgraciadamente para Soledad no había tregua. Llamada por la directora del Centro y una vez en el despacho le comunicó que por problemas surgidos a última hora el proceso de adopción quedaba paralizado. Su padre la reclamaba.
Soledad que esta vez si había puesto todas sus esperanzas se vino abajo. Las pesadillas volvieron, el pánico, los ruidos, todos sus miedos se multiplicaron y su estado de salud se resquebrajó tanto que tuvo que ser internada en la unidad de psiquiatría del Hospital. El cuadro médico que la atendía, a la desesperada, decidió probar con ella un tratamiento de regresión a través de hipnosis e intentar descifrar el porqué de su comportamiento. Todo quedó fijado y a la hora prevista del día indicado ella se encontraba sentada plácidamente en la sala de hipnosis.
Al cabo de media hora la enfermera salió llorando y airadamente repetía una y otra vez…
¡Malnacido! ¡Hijo de puta! ¡Cerdo!
Las compañeras alarmadas le preguntaban ¿qué pasaba? ¿qué había ocurrido?
La enfermera después de calmarse explicó como la niña regresando en el tiempo fue contando su desgarradora y desmerecida vida. Regresó a los cinco a los cuatro a los dos años y para sorpresa de todos regresó a los cinco a los seis y a los siete meses de gestación. De forma desgarrada contó como su madre era golpeada brutalmente todos los días por el hombre que vivía con ella y como le gritaba y la pateaba. Contaba como su madre intentaba protegerla con sus brazos y con sus manos pero protegiéndola a ella desprotegía su cara y su cabeza donde recibía la mayoría de los golpes. Contó como la violaba y como la aplastaba por el tremendo peso.
Un día el 25 de noviembre se le fue la mano. Para cuando llegó la policía alertada por un vecino el hombre ya la había estrangulado. Este ser despreciable había terminado con su penosa existencia. La niña de ese momento sólo recordaba silencio, mucho silencio y de pronto un fogonazo de luz, prisas ruidos y la poca tranquilidad de la que ya nunca podría volver a disfrutar…